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BAJO LAS LILAS ES EL PRIMER LIBRO QUE RECUERDO HABER LEÍDO- DE MUY NIÑA- EDITADO SIN ILUSTRACIONES, o muy escasas- portada y aisladas en capítulos- (quiero significar: primer paso hacia una literatura sin apoyo visual, que es lo que requieren generalmente las publicaciones infantiles) Lo cito porque creo que no sólo lo cercano (en tiempo y espacio) es grato a un lector. Niños y adultos gozamos de viajar con el imaginario, escuchar otras voces, pensar otros lugares y realidades.



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martes, 12 de abril de 2011

De las ciudades de los sueños: Ralf

Introducción

Mi madre cuenta sueños. Es pródiga en esta materia y tiene una particularidad, comienza su relato expresando: Dice que…Como si se tratara de una historia que alguien le ha contado mientras dormía.
Hemos querido persuadirla, a lo largo de los años, de que debe narrar en primera persona su “nunca jamás”  Ya no lo lograremos. Es su territorio simbólico, que comienza en presente, aunque luego transcurre como si lo signara el canónico "Había una vez"
Capítulo

En casa de Norma se celebra una reunión, en cuanto se entra en la casa, desde un portal que se siente gentil, hay una amplia sala; en el centro, una mesa vasta, rectangular, de roble lustroso. Lo que la rodea: sillas, personas, voces, se mueven suavemente, en la opacidad del coro.
Ella sonríe y habla con dulzura, mientras estimula el encuentro. Están allí sus hermanas, amigas, compañeras.
Apenas conversamos, pero hay una atmósfera de memoria comunicada, de gestos que vienen de lejos, de conocimiento.
Me dice:
-Tengo unas fotografías para vos-.
Parecen daguerrotipos que se deslizan, como naipes en una superficie tersa.
En ellas está mi padre joven, en secuencias. Sonríe vagamente.
Como casi siempre, viste un saco, pero éste se parece a los de las imágenes de cazadores ingleses.
Es de un color pardo agrisado. Extraño, porque mi padre jamás fue cazador.
Nos contaba de su arrepentimiento por haber perseguido pajaritos, con su gomera, allá en Felicia, en el campo.
No sé por qué pensé en Ralf, cooperador de escuela, secretario de actas, cubriendo las páginas foliadas de un libro de tapas oscuras con su hermosa letra caligráfica, extendida, y su rúbrica galana.
En el foro se perfila una escalera de parque antiguo, que es como el límite de la escena.
En la última de las fotos lo lleva alguien en una silla de ruedas, pero no una silla de las que se usan por discapacidad, sólo una silla, como si fuera un artefacto usual y cómodo.
En la instantánea, está ya al pie de la escalera. Se da vuelta y levanta la mano en un saludo, la sonrisa es más amplia que al principio. Contenta.
Epílogo

Los sueños construyen ciudades. En las ciudades de los sueños es posible recuperar el tiempo y el espacio. Y es posible recrearlos.
En las ciudades de los sueños es posible pensar universos que acontecen en una dimensión fronteriza.
En las ciudades de los sueños las esencias hallan refugio.

              Grabado: Monocopia. De: Lía Demichelis

jueves, 7 de abril de 2011

Te regalo

















Trébol de cuatro hojas
Cuatro signos convoca:           
Lleva un aliento verde
Para el amor
Clorofila que fluye
Al corazón
Otra hojuela brillante
Trae esperanza
Para mitigar
Cuitas
En acechanza
Foliolito lustroso
Regala fe
Que comprende virtuosa
Lo que no ve
El último fragmento
Prescribe suerte
En probabilidades
Señas celestes
Talismán de regalo
Superstición
Un guiño
Que acobarde
La desazón
          isabel bertero   

viernes, 1 de abril de 2011

Moretones

El aula era un lugar limpio. Limpias las paredes, los bancos, los pisos, las voces. Vidrios tan limpios que se podía mirar hacia las galerías y más allá hasta el patio-el afuera-, aunque el verdadero afuera estaba vedado para las niñas responsables.
Creer en Jesús, en la Virgen, en íconos e imágenes era ancestral, incuestionable, profundo.
Cuando teníamos tiempo, antes del horario escolar, íbamos a la Basílica o la capilla de la escuela, para pedir a los poderes omnipresentes que todo saliera según las expectativas de nuestros padres, la autoexigencia, la competencia, lo satisfactorio.
Los hermosos ojos de las estatuas miraban desde la distancia, indiferentes pero amorosos, con una ternura antigua y desolada: "yo he sufrido, lo tuyo es insuficiente”, grave reconvención para la centralidad adolescente. Tal vez, para otras niñas no sería tan duro, pero sí para mí, que tenía a un Jesús cuidándome en el respaldo de la cama, a otro Jesús presidiendo el comedor, la obligación de ir a misa los domingos, las mantillas respetuosas, el confesionario.
La monja Amanda era gorda y de cara rojiza, enseñaba Botánica, Zoología y Anatomía. Mejor dicho hacía estudiar de memoria lecciones de libros cuyos fundas o tapas aún hoy puedo evocar, así como los caracteres de las letras, y los dibujos. Obviamente nada más que eso; ni siquiera los autores, aunque por generaciones se repetían los mismos.
Había una chica que gozaba de mala fama, no recuerdo por qué, ni siquiera me acuerdo del nombre, pero sé que se hacía peinados altos y tal vez se pintaba los ojos, dato que puedo haber almacenado porque probablemente alguna vez la hayan mandado a lavarse la cara. A lo mejor tampoco obtenía buenas notas, no se le daría bien ese ejercicio de recitar lecciones de memoria o llenar páginas reproduciendo contenidos de libros, quizás había sido incapaz de torturarse las horas cuando llegaban los exámenes – trimestrales o cuatrimestrales- y era necesario saberse todo lo estudiado en el período.
De otra, sí me acuerdo el nombre, La Mary, porque era de mi barrio y además repetidora, más de un año porque había sido compañera de mi hermana que es dos años mayor que yo.
Todas las profesoras- no todas eran monjas-, tenían una libreta. Me acuerdo particularmente que la de la profe de Física era colorada. Ahora creo que debe haber sido la que miré con más terror, porque estudiar Física de memoria, no es nada fácil. Las libretas obviamente cumplían el rol de almacenar las listas de alumnas de los distintos cursos con las correspondientes señales que caracterizaban la idoneidad escolar. Yo tenía una compañera cuyo apellido comenzaba con tres letras iguales al mío. Era cariñosa y divertida, siempre me decía que cuando alguien abría una de las temidas libretas y emitía esos tres primeros sonidos, temblaba de espanto, y si la destinataria era yo, se sentía aliviada porque era raro que se continuara alfabéticamente con la lista. El azar servía mejor a los fines propuestos.
Esa chica murió muy jovencita, espero los ángeles le hayan contado al oído todos los secretos que los demás tuvimos que aprender a golpes de vida y su risa esté alegrando a los santos tristes que tan indiferentes permanecieron a pesar de todos los ángelus y plegarias.
Un día entró la monja Amanda y se sentó tras el escritorio, creo que le colgaban las piernas gordas porque se le veían los pies con zapatos negros acordonados. Se acomodó la toca, abrió la libretita y le correspondió pasar a esa alumna de mala fama cuyo nombre no me acuerdo.
Ella se paró frente al pizarrón, vacilante; muy pronto empezó el azote de preguntas, la voz de la autoridad cada vez más enojada, con mayor desprecio, con más sorna, hasta que la chica no aguantó más y ahí se cayó, desmañada como una plantita en la tormenta.
Después sólo sé que la hermana, empezó a gritarle más, que se parara, que dejara de hacer comedia, y pidió un balde de agua. Yo creo que le hubiera tirado un balde de agua, pero me parece que simúltaneo la víctima logró ponerse de pie, y La Mary, que se sentaba cerca mío, fue la única que corrió para ayudarla, mientras enfrentaba a la poco conmiserativa maestra.
Al día siguiente, mi compañera, la del infortunio, fue a la escuela. Sobre la cara pálida y en consonancia con el pelo oscuro, algo deslucido, le había aparecido un morado y negro sobre el ojo y otro moretón más en la frente.
No creo que le hayamos preguntado nada, seguro que tuvimos que elegir entre creer al deber, al poder, a la novia de Jesús o la niña estropeada- tan sólo una discípula que había roto el orden acostumbrado de la vida colegial-. Pero lo más vívido para mí, es que le empecé a escapar a su presencia si no había otros en el aula, quizás tenía aprensión de que le diera otra vez por desmayarse o quizás me parecía la encarnación de un poder maléfico que vaya a saber cómo había logrado colarse en la pureza de la vida. Aunque lo más seguro es que la actitud fuera una proyección de los miedos verdaderos que me habitaban.
Lo que sí tengo claro es que La Mary pasó a ser mi heroína, la chica que yo hubiera querido ser.
Hoy todavía lo es. En las improntas que dejan los recuerdos.
Isabel Bertero
En el patio de la escuela: Beatriz, Norma, Isa, Norma , Nellys